adosada

Lucía
2 min readDec 3, 2023

--

Una mañana, después de la pesadilla nocturna de rutina, se despertó con una presencia adosada. Las acciones que desencadenaron la presencia son prescindibles (dolorosas y desesperantes, pero prescindibles). Desde esa mañana sus días comenzaron y terminaron con la presencia a su lado. No era estrictamente un fantasma, ni un espectro, ni ninguna otra cosa sobrenatural o producto de un cerebro esquizoide. Era, simplemente, una presencia a su costado mientras cocinaba huevos revueltos por la mañana, mientras ponía el café, mientras leía en la cama entre una maraña de sábanas. Estaba ahí.

Ella continuó con su vida, después de las acciones desencadenadas, de la forma más natural posible. Hizo lo que cualquier otra persona haría. Llorar, insultar, disociar, limpiar frenéticamente, dejar que la mugre se acumule, volver a limpiar. Decidió seguir por el camino marcado sobre el césped, amarillo y seco, pero césped al fin. Siguió yendo a los lugares a los que iba, pensando las cosas que pensaba, leyendo las cosas que leía. Después de todo, antes de las acciones que desencadenaran las acciones desencadenadas, eran también sus cosas, y eran también parte de ella.

El problema o más bien lo particular de todo eso fue la presencia adosada. Ella eligió seguir, pero no pudo elegir desprenderse de esa figura fantasmal de dos metros que continuamente la acechaba, a veces un paso atrás, a veces a la par, a veces en un segundo plano difuminado. No hablaba con la presencia, tampoco podía mirarla a los ojos, ni acariciarle el pelo o agarrarle la mano. No había una mínima posibilidad de interacción. Tampoco la presencia hablaba o emitía sonido alguno. La presencia no la acompañaba de una forma cariñosa, ni cuidaba de ella, ni podía escucharla, aconsejarla o hacer un paso de magia espectral que la ayudara. No tenía el mínimo interés en ella, porque tampoco podía sentir en absoluto. Simplemente estaba.

Estaba en la pizzería de Av. Corrientes y Dorrego, estaba en la plaza donde alguna vez se sentaron a ver a los chicos jugar al fútbol o en el parque donde miraban a los perros pasar y contaban cuántas camisetas de la selección podían encontrar en un mismo lugar. Estaba sentada con ella mirando el Río de la Plata en el sexto piso de la Biblioteca Nacional o al costado de la costanera, junto con esa horrible estatua de Cristóbal Colón. Estaba sobre Avenida Belgrano en el recuerdo de un bar que ya no existe. Estaba, sobre todo, en el costado derecho de su cama, en el ascensor y atravesando la puerta de todos los edificios a los que entraron juntas. Estaba estudiando en el balcón, tocando la guitarra en el sillón, corriendo por Avenida Libertador. En la cocina poniendo la pava, en un papelito sobre la mesa, en la caramelera vacía, en una remera gris, en cientos de páginas de libros huérfanos, en momentos de comodidad y en otro de incomodidad, en el eco de su risa, en el encendedor, en una lapicera, en un trazo, en esta tipografía. Sobre todo, acá, está acá.

--

--